lunes, 17 de mayo de 2010

Reflexiones

No me gustó como empezamos la historia. Todo muy forzado. Juro que me resistí. Pero no había remedio, nuestros caminos estaban unidos inexorablemente.
Me encantaría poder decir que fue amor a primera vista, pero no. Ni a segunda ni a tercera. En realidad todo empezó como una necesidad. Yo necesitaba a alguien como ella, y ella, evidentemente, a alguien como yo.
Ahora ya nos hemos acostumbrado. Creo que nos amamos, pero al principio fue difícil.
Ella me cuidaba, me sobreprotegía, me asfixiaba. Cualquier cosa la ponía en alerta. Era muy difícil relajarse a su lado.Yo hacía lo que podía, o mejor dicho, lo que me salía. No mucho. Sólo lo necesario para subsistir sin caer en su locura. A veces, cuando ella estaba ocupada en otra cosa, yo me dedicaba a mirarla. No era una fea mujer. Tampoco una belleza, para qué mentirnos. Algo rellenita. Eso la hacía llorar. Su cuerpo la hacía llorar. Pasaba largos momentos mirándose en el espejo. De frente, de perfil, reteniendo el aire, probándose pantalones, polleras, camisas. Para mí exageraba un poco. No era para tanto. Me preguntaba si yo la veía gorda. Qué se yo. Son ese tipo de preguntas que no tienen una respuesta que deje contento al que pregunta. Yo no contestaba. Ni me molestaba. Miraba para otro lado como si no le hubiera entendido. Un mecanismo de defensa. No quería que volviera a llorar. No quería que me volviera a preguntar.
Sus preguntas. Sus ganas de hacer cosas. Al principio me gustaba, pero no siempre tengo ganas cuando ella las tiene. Quiere que me ría con ella, que le hable. A veces no quiero. Entonces ella se pone mal. Comenta con sus amigas. Yo sé que habla de mí con ellas. La escucho. Sobre todo cuando estoy durmiendo. A veces me hago el que duermo para ver qué hace con ese tiempo. Me quedo quieto, respirando apenas. Ella va de un lado al otro de la casa, ordenando, limpiando, tratando de arreglarse. Se bana, se depila, se pinta las unas. Como si quisiera sorprenderme al despertar. Y de pronto yo me muevo y ella entra a la habitación. Vuelvo a quedarme quieto. No quiero que interrumpa este momento en el que estoy disfrutando de mi cama calentita, de mi colchón mullido, de mi pijama, de mi olor.
De pronto una puntada en el estómago me hace abrir los ojos. Hambre. Comienzo a desperezarme y ella entra al cuarto. Me trae comida. La quiero. La quiero mucho entonces. La amo. Porque está atenta a mis necesidades.
A veces la detesto. Cuando no quiere hacer lo que yo quiero. Cuando no me deja disfrutar de mis pasatiempos. Cuando me habla sin parar sin escuchar mis quejas. No entiende que no me importa su infancia, ni la de sus parientes. No me interesan las anécdotas familiares, ni las escolares. No me importa. Sólo quiero que me dejen tranquilo. Al fin de cuentas qué otra cosa puede pedir un bebé de 5 meses.