lunes, 21 de julio de 2008

¡La culpa es de mamá!

He llegado a la conclusión que la culpa de todo lo que sucede en la vida de una mujer, la tiene la madre. Si… la madre. Obviamente muchas escuelas psicológicas ratificarían mis dichos, pero yo no baso mi reflexión en otra cosa más que en la observación y el análisis de cuanta mina conozco ( lo cual me incluye).
Desde chiquitas nos cuentan esas historias de princesas solitarias y entristecidas que esperan la segura llegada del príncipe azul. A partir de los dos años empezamos a vivir en un mundo de fantasía en el que somos las princesas en apuros que seremos rescatadas por un valiente y apuesto príncipe en su corcel brioso.
La cosa es que uno va creciendo, pasa por la etapa de la adolescencia y llega a los veintipico pensando que algún día llegará el príncipe, que a estas alturas llamamos “el amor de mi vida”. Y bueno… como a todo chancho le llega su San Martín, un día aparece “Él” .
Él no es para nada apuesto, mucho menos valiente y ni por las tapas es un príncipe… pero llega en un Fiat 147 blanco…y para nosotras es la señal prodigiosa… “Es él”.
La cuestión es que pasa el tiempo y uno decide hacer realidad el cuento y se casa…huyendo del castillo paterno. Y ahí comienza la verdadera historia… porque todos los cuentos de hadas terminaban en el momento que los protagonistas se casaban y la leyenda final era “ y fueron felices por siempre”. Uno daba por sentado que la felicidad venía asociada directamente con el hecho de casarse. ¡GRAN ERROR!
En tu cuento no hay animalitos del bosque que te ayuden a limpiar, lavar, ordenar, cocinar y planchar. La pilcha te la tenés que comprar en 11 en la tienda de unos coreanos que se llama “El hada madrina no existe”, Comprobás con tristeza que lo más común del mundo es que te pinches los dedos con la aguja cuando tratás de pegarle los 8 botones de la camisa del “príncipe” que hizo saltar al hacese el stripper la noche anterior.. En síntesis… te das cuenta que las princesas viven en Europa, y que vos no te llamás Máxima.
Para esta altura ya tu príncipe se ha convertido en sapo… digamos… en escuerzo.
Comprendés que a pesar de los 14 años que estuviste de novia con el susodicho… es un perfecto desconocido. ¡Sí, un desconocido! O es acaso que vos sabías que el hombre educado con el que te casaste sabía más palabrotas que el jefe de la barra brava de Boca. ¡Y las comienza a recitar cual letanía ante el menor inconveniente!
¿Sabías que sufría de Parkinson, especialmente cuando mea? ¡No hay día que deje la tabla arriba y el piso limpio!
¿Sabías que es un oceanógrafo frustrado? Como tiene fobia a usar la cortina , crea unos hermosos paisajes submarinos con la ropa que deja tirada en el piso del baño. Obviamente, como es amante de la naturaleza, vos serás la encargada de volver todo a la normalidad ordenando y secando todo su despelote.
¿Sabías que su cuento preferido es “Pulgarcito”? Todos los días lo recrea cuando llega del laburo. Desde que traspone el umbral de la puerta de calle comienza a marcar el camino por el que regresará mañana. Primero tira el saco, después la corbata, los zapatos, el cinto, el pantalón, las medias y por último la camisa. No tenés que preocuparte porque él asegurará casi enojado que “ ahora lo arregla”. El “ahora” es un tiempo verbal que en el universo masculino se ubica en el futuro…en el más remoto de los futuros… digamos que es un futuro incierto.
¿Sabías que tenía la voz lo suficientemente potente como para cantar en el Colón junto a los tres tenores? Eso lo descubrís cuando se entra a duchar y se da cuenta que se olvidó de llevar: la toalla, el calzoncillo, las medias y El Gráfico… porque para él el baño es como la biblioteca del Congreso. Se ve que también tiene dificultades para encontrar las cosas, especialmente el picaporte del baño para salir e ir a buscar él solito las cosas que se olvidó. Entonces empieza a los gritos…y si es necesario tendrá que venir la vecina a darle las cosas…pero él de su búnker no se va a mover.
Estas son sólo algunas de las cosas que no conocemos cuando nos casamos y que descubrimos, no digamos con tristeza, sino con desesperación, a la semana de haber pasado por el Registro Civil.
Recordás a la madre del juez de paz que te casó en quince minutos porque lo estaban esperando en un asado... y es a partir de ese momento que comenzás a pensar que lo mejor que te podría pasar es que tu primer hijo fuera una mujer… PARA PODER VENGARTE… para leerle todos esos putos cuentos que te pudrieron la cabeza y asegurarte que vos no seas la única idiota que se clavó con un sapo.